domingo, 10 de agosto de 2008

Abuso contra mujeres inmigrantes trabajadoras de casa particular

Dentro del debate sobre la inmigración ilegal, ellas permanecen prácticamente en silencio, invisibles. Son los cientos de miles de extranjeras, muchas de las cuales se encuentran ilegalmente en Estados Unidos, que trabajan en los hogares del país como niñeras, cocineras y sirvientas, cambiando pañales y fregando pisos. Son empleos que representan el último recurso de gente que no tiene muchas opciones.

Las afortunadas perciben salarios dignos y labran un futuro promisorio para su familia. Las otras, aisladas y recelosas, sufren una serie sobrecogedora de abusos, desde salarios tan bajos que lindan con la explotación, hasta el abuso sexual. Algunas son obligadas a dormir en armarios, otras reciben amenazas de que serán deportadas si se quejan por el trabajo excesivo.

''Estas personas pueden ser sumamente vulnerables, particularmente si son indocumentadas'', dijo Sam Dunning, quien supervisa los programas de justicia social para la arquidiócesis católica de Galveston y Houston. ``Si surge cualquier disputa sobre las condiciones de trabajo, ellas tienen muy pocos recursos''.

Se trata, según palabras de Dunning, de un sector laboral sumido en las sombras y generalmente excluido de la protección estatal y federal.

Expertos y activistas coinciden en que crecen las filas de trabajadoras domésticas --las cuales suman probablemente más de un millón--, aunque el cálculo del número exacto y la regulación de sus lugares de trabajo resultan tareas casi imposibles.

Los empleadores suelen hacerse de sus servicios sin dejar rastros contractuales para eludir las contribuciones a la Seguridad Social o la atención médica. Muchas indocumentadas prefieren trabajar en la economía subterránea para reducir las probabilidades de deportación.

En algunas ciudades, activistas han emprendido campañas para organizar a las trabajadoras domésticas y crear conciencia sobre sus tribulaciones. Pero las tácticas tradicionales de presión de los trabajadores --los contratos colectivos o la amenaza de huelga-- simplemente no son viables.

Las condiciones de trabajo resultaron tan duras que Tomasa Compeán abandonó un trabajo de sirvienta en Houston, que había tenido durante 18 años. En ese período, su paga subió apenas de $30 a $50 diarios, pero sus labores de limpieza seguían incrementándose y la mujer se sentía presionada para trabajar incluso cuando estaba enferma. ''Me trataban pésimo'', dijo Compeán sobre sus antiguos empleadores. ``Siempre me pedían hacer más y más cosas''.

Compeán, de 58 años, renunció y aceptó un empleo de tiempo completo como conserje de una oficina. El año pasado, ayudó a encabezar una huelga de 5,300 conserjes de Houston recién sindicalizados, en su mayoría indocumentadas, quienes consiguieron mejores salarios y condiciones de trabajo.

''Ahora, si ocurre cualquier problema, puedo lidiar con él'', dijo Compeán, quien llegó de México hace 27 años. ``Pero sería muy difícil organizar a las trabajadoras domésticas. La gente que trabaja en casas privadas tiene miedo hasta de hablar''.

La contratación de trabajo doméstico no está ya sólo reservada a los ricos. Muchas familias de clase media sienten en estos momentos que pueden costearse el servicio si recurren a alguna de las numerosas inmigrantes dispuestas a trabajar por salarios modestos.

Muchas mujeres que trabajan recurren a una sirvienta para que se encargue de las tareas para las que ellas ya no tienen tiempo o energía. Varias de las mujeres que aceptan estos trabajos son madres solteras, que sostienen a niños a quienes trajeron con ellas a EEUU o a quienes dejaron en su país. Quienes trabajan como niñeras suelen dedicar más tiempo a los hijos de sus empleadores que a los propios.

Los activistas en Houston, que comienzan apenas sus esfuerzos para ayudar a las trabajadoras domésticas, enfrentan varios desafíos. Texas es considerado un lugar relativamente hostil para la organización sindical y no hay maneras efectivas de comunicarse con las trabajadoras domésticas o las niñeras que están metidas en las viviendas de la gran ciudad.

''Estas mujeres tienen las peores historias que contar, pero son las más difíciles de encontrar, pues trabajan todo el día en esas grandes casas'', dijo Annica Gorham, del Centro Interreligioso de Justicia en Houston. ``Necesitamos hablar con ellas cuando están fuera con los niños o cuando salen a pasear al perro''.

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